🔐 Iniciar sesión / Regístrate

Multi-Relatos

El lugar donde tus fantasías cobran vida

Encontré el amor en un lugar inesperado ♥️💋👙🌹

Tiempo estimado de lectura: 30 min
Mi nombre es Mariana, tengo 50 años y quiero contar esto: Yo siempre fui una mujer que trataba de ir por el buen camino. No hacía nada que me provocara dilemas morales. Pero, ¿qué tan lejos podía mantenerme de esos problemas cuando soy una mujer que disfruta del sexo sin tapujos? No era nada raro para mí tener filas de hombres esperando una oportunidad para entrar en mi cama y yo, al procurar que mi cuerpo siempre estuviera en buena forma, no hacía nada por alejarlos.
Cuando me casé, me dediqué completamente a mi esposo. Era una amante competente y nunca me pasó por la mente serle infiel. Yo hacía mucho ejercicio para tener un cuerpo atractivo para él. Para mi edad, estoy muy bien y no me les envidio nada a mujeres más jóvenes. Oportunidades para serle infiel a mi marido hubo muchas pues los hombres nunca dejaron de intentarlo. Yo lo soporté mucho tiempo pero después de veintiséis años de matrimonio, le fui infiel… con mi hijo.
Rodrigo es mi único hijo y tiene ahora veinticuatro años. Tuvo la fortuna de conseguir un buen trabajo luego de salir de la universidad pero siguió viviendo con nosotros pues no creíamos que hubiera ninguna prisa por irse a otro lugar y porque más valía no confiarse; digo, considerando cómo están las cosas en este país, un día tienes un buen trabajo y al siguiente estás en la calle.
Luego de platicarlo con él, creo que la bola de nieve empezó a andar el día que acabó su primer año en la universidad e hizo una fiesta en la casa. Yo me enorgullezco de ser una buena anfitriona y le dije a mi hijo que yo iba a atender a sus amigos. Por supuesto, no era muy difícil pues ellos parecían felices sólo con cerveza pero yo quise prepararles hamburguesas, botanas y postres. Siempre que yo me acercaba al grupo, podía notar cómo los amigos de mi hijo me miraban las nalgas y los senos. Yo estaba usando unos vaqueros y una blusa abotonada hasta el cuello y mi cabello iba suelto. No pensé que fuera vestida de forma provocativa pero como mis senos y mis nalgas son grandes no hay mucha oportunidad de escondérselos sin importar qué me ponga. A veces, los chicos iban a la cocina con cualquier pretexto para verme y hablarme. No puedo negar que eso me hizo sentir muy bien; gustarles a los chicos a los 45 años le infla el ego a cualquier mujer. No les dije nada y les permití mirar.
No sé si fueron sus compañeros los que le hicieron notarme como mujer y no como madre o si le nació a él pero pocos días después, descubrí a mi hijo mirándome un día en que llevaba un vestido de verano que tenía un escote holgado. Me agaché cerca de él y mis senos quedaron a la vista y de repente levanté la cara para decirle algo y ahí vi sus ojos ir de mis senos a mi cara. No le di importancia e incluso hice como si no hubiera notado nada pero desde ese entonces, el incidente se repitió con cierta regularidad. Yo nunca me atreví a enfrentar a mi hijo, no tuve el valor; sólo procuraba vestirme de forma que todo estuviera cubierto aunque mi figura por sí sola parecía seguir atrayéndolo.
El tiempo pasó y él se ocupó nuevamente con la universidad y como yo trabajaba nos veíamos poco. Pero cuando tenía días feriados o vacaciones pasábamos más tiempo juntos. Él procuró no hacerlo seguido y tampoco tan obvio, hasta el punto de que pasado un año, se me había olvidado. Ese nuevo verano mi hijo me dijo que se iba a ir a pasar las vacaciones con unos amigos en otra ciudad así que no pasó gran cosa. Pero un día yo iba caminando por la calle y vi a uno de sus amigos, uno de los que me dijo que iban a ir al viaje. Él no me vio, o eso creo, y se fue en dirección contraria. Me pareció extraño pero con tal de no iniciar problemas, decidí no decirle nada a mi hijo cuando me mandaba mensajes para dejarme saber cómo estaba. Por supuesto, me pregunté a mí misma si el amigo había decidido no ir al final o si mi hijo me mintió y se fue con alguien más. Nunca le conocí a una novia pero mi mente de madre me decía que esa era una posibilidad, el que se hubiera ido con una chica. Sólo deseé que si ese era el caso, Rodrigo usara protección. Al final de sus vacaciones, él volvió y me contó un poco de lo que había hecho. No noté nada extraño en su cuento y el asunto quedó ahí.
Pero cuando mi hijo volvió a la universidad, lo veía todavía menos. Llegaba más tarde de lo normal a la casa. Fue entonces que pensé en que sí, tenía una novia, pero no quise presionarlo para que me dijera. Y nunca hubo necesidad de hablarlo pues luego de unos pocos meses, regresó a su horario normal y supuse que la relación secreta había terminado. El resto de sus años universitarios pasaron de forma normal.
Todo se reinició cuando, luego de iniciar su trabajo, mi hijo volvió a parecer tener una relación secreta. Esta vez, sí me atreví a preguntarle. Él se puso nervioso cuando toqué el tema pero tuvo que admitirlo: tenía una novia. Le pregunté sobre su nombre, se llamaba Consuelo, y si acaso trabajaba en la misma empresa que él. El problema vino cuando le pregunté sobre su edad. Rodrigo dudó un poco antes de decirme que la chica tenía veintitrés, como él. Nuevamente mi instinto de madre dijo que algo no cuadraba pero debido a mi personalidad dada a evitar problemas, no quise insistir en que me dijera la verdad.
Pero no tuve que esperar mucho para averiguarla. Un día, Leticia, una de mis amigas del trabajo me dijo mientras tomábamos café en el comedor de la oficina:
―Oye, el otro día vi a Rodriguito con una mujer.
―Supongo que será su novia ―dije, tratando de ocultar mi emoción por saber algo.
―Sí, iban de la mano, pero la mujer se veía muy mayor para él. ¿Tú la conoces?
―No, no me la ha presentado. ¿Qué edad aparenta tener?
―Sin lugar a dudas, tiene nuestra edad. No puede tener menos de… 45.
―Vaya, será por eso que no me la ha presentado ―dije, tratando de sonar normal―. Bueno, supongo que ya tiene edad para saber con quién se pone de novio.
―Pero es raro. Imagínate, tener la misma edad que tu nuera.
―¡Dios, no! Ojalá esa relación termine pronto.
Luego, se me metió una idea en la cabeza y pregunté:
―¿Cómo es ella?
―Pues no te voy a mentir, amiga, está bastante bien. Tiene un cuerpo de gimnasio y tetas grandes. No pude ver su cara de cerca pero su cabello era lacio y castaño y lo llevaba suelto… ahora que lo pienso…
Leticia me miró y de inmediato supe lo que estaba pensando: la mujer era como yo. Sólo faltaba que hubiera visto su cara para que me dijera que tenía la nariz respingada, labios gruesos y ojos avellana. No me sorprendería si fuera así.
―¿Es eso lo que llaman complejo de Edipo? ―me dijo.
―No, no es eso ―dije, un poco molesta por su atrevimiento―. Mejor cambiemos de tema.
Cambiamos el tema pero, por supuesto, este no abandonó mi mente. ¿Por qué mi hijo iba y se conseguía una novia de mi edad y parecida a mí?
Y entonces recordé cuando me miraba. Esto estaba llegando a un punto que me incomodaba. No podía con la idea de que mi hijo estuviera atraído a mí y de que fuera a buscarse una mujer con la cual sustituirme. ¿Habrán tenido sexo ya?, pensé. Por supuesto, me respondí. Y al hacerlo, ¿pensaría en mí? ¿Imaginaría que era a mí a la que follaba?
Me disculpé con Leticia y me fui de ahí. Fui a sentarme a mi cubículo para evitar miradas y charlas. Una vez que se te meten estas ideas a la cabeza, es como un efecto dominó y empiezas a pensar más cosas. Llegó a mi mente la imagen de mi hijo teniendo sexo con esa mujer y después llegó la imagen de mi hijo teniendo sexo… conmigo. Sacudí la cabeza y mejor me puse a trabajar esperando que los asuntos de la empresa me mantuvieran ocupada. Más tarde hubo una junta. Esa tarde pude desempeñarme sin problemas y el asunto abandonó mi mente pero cuando llegué a la casa, me fue imposible seguir viviendo como si nada pasara. Mi hijo no estaba en la casa y me pregunté si en ese momento estaría follando con esa mujer. Cuando mi marido llegó, me lo llevé a la cama y traté de borrar aquello de mi cabeza. Fue un error, no sólo no lo olvidé sino que al cerrar los ojos, me imaginaba que el pene dentro de mí era de Rodrigo. Mi marido acabó pronto pero mi dilema no acabó. Mejor me vestí y fui a preparar la cena. Mi hijo llegó muy tarde y se fue directo a su cama.
Pocos días después me atreví a confrontar a Rodrigo.
―Oye, Rodri, ¿por qué no nos presentas a Consuelo? Podría venir a cenar.
―Un día de estos, tal vez. Es que vive lejos, le sería difícil venir e irse.
Fue un pretexto tonto.
―Nosotros podríamos llevarla en el coche.
―Sí, es buena idea. Tal vez después de los exámenes.
Supuse que esa era su manera de aplazar el asunto. Otra vez evité conflictos y dejé el tema.
Los viernes yo llego temprano del trabajo y tengo bastante tiempo en la casa sin mi esposo y sin Rodrigo. Me senté en la cama con mi laptop sobre mis piernas y me puse a investigar el asunto. Hijos enamorados de su madre, fue el tema que busqué. Encontré varias páginas en las que se trataba el tema del incesto. Incesto. Incesto es la palabra que había evitado hasta entonces; me daba miedo. Por supuesto, muchas de ellas hablaban de que era un tema repudiado; no había nada nuevo ahí. Yo quería una forma de “curar” a mi hijo pero ninguna me daba respuesta más allá de teléfonos de psicólogos. Y unas pocas de esas páginas, hablaban de algo que me asustó al principio: personas entregándose al incesto. Encontré historias de personas que afirmaban haberlo hecho con diferentes miembros de su familia; a mí me pareció terrible. Poco a poco, me fui dando cuenta de que eran principalmente mujeres contando con gusto cómo habían tenido sexo con sus hijos y de que eso las había hecho muy felices. Cuando me descubrí leyendo con interés la historia de una mujer que se entregó a su hijo y sintiendo mi sexo humedecerse, cerré la laptop, casi arrojándola a un lado, y me fui a correr en la caminadora para agotar mi cuerpo en otra actividad. Cuando llegó mi esposo, nos arreglamos y salimos a cenar y a bailar.
Al llegar a la casa cerca de la media noche y entrar a mi dormitorio, me dio un vuelco el corazón. Mi laptop estaba en mi mesa de noche. Yo recordaba que no la había dejado ahí, la había arrojado en la misma cama. Y sí, mi hijo estaba en la casa. Él la había usado, eso era obvio, y seguro que vio la página que yo había estado leyendo. Me quería morir de la pena; Rodrigo seguro que pensaría que su madre era una enferma que fantaseaba con tener sexo con su hijo. Pero como ya podrán imaginar, no me atreví a decirle nada.
Lo que pasó después, me cambió la vida.
Al día siguiente, me levanté a hacer el desayuno. Sólo lo hacía para mí y para Rodrigo porque mi esposo se levantaba tarde los sábados. Rodrigo entró en la cocina y vi algo que nunca había pasado: mi hijo entró sin camiseta. Verlo me impresionó, tanto porque era algo inusual, como porque pude ver por primera vez desde que él comenzó a hacer ejercicio su torso. Estaba muy bien trabajado y hacía muchos años que veía a un hombre así. Mi esposo no era muy amigo del ejercicio.
―Buenos días, mamá ―dijo, muy animado.
―Buenos días, mi cielo. Ya tengo listo tu desayuno.
―Muchas gracias.
Le serví a él y a mí y nos pusimos a comer en la mesa de la cocina.
―¿Qué pasó con tu camiseta? Esa no es manera de estar en la mesa.
―Es que hoy hace mucho calor, mamá. Hasta me sorprende que tú no estés más ligera.
Me sorprendió su comentario. Yo iba con mi conjunto pijama de siempre, no veía la necesidad de ir más “ligera”. Nuevamente los pensamientos incómodos llegaron a mí. ¿Había sido eso una insinuación? Es decir, la única forma en que yo pudiera ir más ligera era si iba en sujetador.
―Así estoy bien. No me molesta el calor.
―Vamos, mamá. Ya te he visto en el sujetador deportivo, ¿qué diferencia habría con un sujetador normal?
Otra vez me dejó con la boca abierta. Esas cosas no eran normales, no solía decirme nada así, como insinuando que me quería ver en sujetador. ¿Qué provocó ese cambio en su forma de ser? Lo descubriría más adelante, pero por ese momento yo me sentí extraña. Aunque no tan incómoda como habría estado antes de lo que había pasado en los últimos días.
―No importa, es sólo que no veo la necesidad.
―Bueno. ¿Qué vas a hacer hoy?
―No lo sé. No había pensado nada.
―¿Quieres ir al centro comercial de compras?
―Ya que lo dices, sí me hacen falta algunas cosas de ahí. Está bien, vamos.
―Cuando terminemos, podemos comer ir a un restaurante.
―¿Y no vas a salir con tu novia hoy?
―No me apetece, prefiero pasar el día contigo.
―Me da mucho gusto, mi amor.
Seguimos comiendo y platicando de otras cosas y cuando él terminó de comer, se levantó para lavar su loza. Yo me quedé sentada un poco más y cuando él salió, me dijo:
―Nos vamos de aquí al mediodía, ¿está bien?
Asentí. Él se fue y yo me pregunte entonces si había visto lo que tenía yo en la laptop o no. Afortunadamente, no mencionó el asunto pero para mí, las cosas no estuvieron normales. Primero, él nunca bajaba a comer así, sin camiseta. Pareció querer que lo viera. Y le funcionó pues eché miradas hacia su cuerpo y por supuesto que me pareció un hombre atractivo pero, ¿no todas las madres creen que sus hijos son guapos? Y luego, estuvo ese comentario sobre estar más “ligera”. ¿Qué hubiera pasado si me hubiera quitado la camiseta?, me pregunté. ¿Hubiera pasado algo más subido de tono? Y para terminar, me invitó a salir y a comer, algo que él nunca hacía. ¿Había un mensaje entre líneas o yo estaba viendo cosas donde no las había?
Entonces se me ocurrió. Todas las piezas encajaron. Él me miraba el cuerpo, salía con una mujer mayor que él y parecida a mí, vio las historias de madres follando con sus hijos en mi laptop, me muestra su cuerpo, insinúa que le muestre mi cuerpo y me invita a salir. Él se sentía atraído a mí, eso ya estaba muy claro. Y se atreve a insinuarse justo el día después de ver mi laptop. Mi conclusión fue que al ver aquello en mi laptop, creyó que a mí me interesaba el incesto, y estaba probando el terreno, estaba insinuándose poco a poco para ver mi reacción. Y, para mí sorpresa, no me molestó. Sentí algo emocionante y decidí hacer lo mismo.
Un poco más tarde, me arreglé con un vestido amarillo sin mangas que terminaba sobre las rodillas y que le quedaba muy bien a mis senos. Me dejé el cabello suelto y me puse unas zapatillas blancas. Cuando dieron las doce, tomé mi bolso y me disponía a salir de mi dormitorio cuando mi esposo despertó. Todavía somnoliento, me preguntó a dónde iba. Yo le dije que iba a salir con Rodrigo y él lo tomó como una oportunidad de seguir en la cama. Otro día me hubiera enojado con él por flojo, pero en ese momento me dio mucho gusto el poder estar sola con Rodrigo.
Bajé y cuando mi hijo me vio, no ocultó lo sorprendido que estaba.
―Mamá, te ves muy guapa.
―Gracias ―dije con una gran sonrisa―. Tú también te ves muy guapo.
―La gente va a pensar que eres mi novia.
Mi lado que estaba ya cediendo al coqueteo dijo:
―Pues no me tomes de la mano y ya.
Él sonrió y salimos. Fuimos al centro comercial en su nuevo coche. Luego de hacer compras, fuimos al restaurante. Él se portó bastante coqueto y yo me dejé llenar de sus elogios. Por supuesto, él echó varias miradas no muy discretas a mi escote y a mis piernas.
Mientras esperábamos lo que habíamos ordenado, fue mi turno de atreverme a cruzar la línea. Me hice un poco hacia adelante, procurando que mi escote dejara ver un poco más de mis senos, y él me miró.
―¿Sabes? Las mujeres nos damos cuenta cuando los hombres nos ven los senos.
Él se sonrojó. Pareció apenado, se disculpó y le dije que no había problema. Yo continué.
―Hace rato me dijiste que me veía guapa. ¿Crees que estoy buena? ―pregunté con un poco de seducción en mi voz.
―Te confieso que mis amigos siempre me dijeron eso. Cada que iban a la casa, te miraban y me decían que estabas muy bien.
―¿Pero tú qué opinas?
―Pues… sí, mamá, creo que está muy buena.
―Pues muchas gracias, mi amor. Tú también estás muy bien. Me di cuenta en la mañana.
Decidí que ya era suficiente por el momento y cambié el tema. Comimos y nos regresamos a la casa a eso de las cuatro y media. Mi esposo no estaba en la casa y fue entonces cuando vi el móvil y leí un mensaje en el que me decía que había ido con sus amigos y que iba a pasar la tarde en el bar y luego verían el partido de la selección de fútbol.
―Parece que vamos a estar solos hoy, Rodri.
―¿Qué quieres hacer ahora?
―¿Quieres ver una película?
―Sí, está bien.
Él empezó a caminar hacia la sala, donde teníamos la pantalla grande. Yo le dije que parara.
―Mejor la vemos en mi dormitorio, ¿no? Quiero estar acostada.
―Vale.
Fuimos a mi dormitorio y yo me metí a mi vestidor. Pensé en ponerme algo más cómodo. Me puse un short muy corto y justo cuando estaba por ponerme un top, mi lado malicioso se encendió de nuevo. Decidí salir sólo con un sujetador.
Mi hijo me estaba esperando en la cama sin haberse cambiado de ropa. Él estaba ya repasando el catálogo de Netflix pero cuando me vio, se quedó boquiabierto.
―Decidí tomarte la palabra, mi amor. Sí hace algo de calor, mejor voy a estar ligera.
―Sí, mamá, creo que yo también.
Él no quiso ser menos. Se quitó su camisa y la camiseta interior. Los arrojó al suelo y quedó con el torso desnudo. Me acosté a su lado.
―¿Ya decidiste qué ver?
―Nunca vi Titanic. Quiero ver por qué les gusta tanto a las personas.
―Yo tampoco la vi nunca. A tu papá no le gustan las películas largas y nunca la vi por mi cuenta.
―¿Entonces esa?
―Sí.
La película comenzó y aunque comenzamos a verla acostados cada uno en su lado, de poco a poco nos fuimos acercando. Era como si tanto él como yo estuviéramos evaluando la respuesta del otro a cada movimiento. Cuando estuvimos lo suficientemente cerca, él se atrevió a pasar un brazo alrededor de mí y yo apoyé mi cabeza casi en su pecho. El contacto de mi piel con la suya me excitó y me envalentoné a pasarle una de mis piernas por sobre las suyas y a pasar un dedo por su pecho y abdomen, jugueteando. Creo que a él le gustaba sentir mis senos contra su cuerpo. Tiempo después él me confesaría que estaba procurando no tener una erección en ese momento. Cuando llegó la escena del desnudo de Rose, sentí que él me apretó contra sí mismo, levemente, pero estaba ahí el apretón.
―Debes cubrirte los ojos ―dije, bromeando.
―Ya no soy un niño, mamá. Ya he visto mujeres desnudas.
―Se supone que los hijos no les dicen esas cosas a sus madres.
―Tú y yo somos más cercanos que otros. Siento que te puedo decir lo que sea.
―Sí, sí, puedes, mi amor.
Cuando llegó la escena del sexo en el auto, no pude resistir preguntarle.
―Tú y esta novia secreta que tienes, ¿ya lo hicieron?
―No.
―No te creo. Seguro que ya, por eso llegas tan tarde.
Él se rio. Tuvo que admitir que sí, que ya había follado con su novia.
―¿Es buena?
―¡Mamá! ¿Cómo me preguntas eso?
―¿No que tú y yo éramos así de unidos? Dime, ¿es buena?
―Pues sí, es buena.
Me moría de ganas de preguntarle si se la follaba porque se parecía a mí pero a pesar de que había llegado más lejos de lo que hubiera creído posible el día anterior, creí que eso era ya demasiado.
―Qué bueno que sepa complacer a mi hijo ―dije en su lugar―. Si no, tendrías que buscarte a alguien mejor.
Mi hijo ya no dijo nada. Seguimos viendo la película y temí que pude haber llevado el asunto demasiado lejos. Para cuando terminó la película, había oscurecido ya. Compartimos nuestras impresiones sobre lo que habíamos visto y luego nos separamos. Cuando estuve de pie, le pregunté:
―¿Piensas salir o te vas a quedar?
―No tengo planes. Pasaré mi noche de sábado en casa. Hace tiempo que no hago eso.
―Es verdad. Es raro tenerte aquí. Bueno, si quieres seguir pasando el rato con mamá, estoy disponible para lo que quieras.
Quedamos en salir al jardín y beber vino al aire fresco. En realidad no estaba tan fresco, seguía haciendo algo de calor, cosa que usamos de pretextos para seguir con poca ropa. Yo seguía sólo en mi sujetador y mis shorts y él había cambiado sus vaqueros por shorts también y seguía sin camiseta. Conversamos sobre varias cosas hasta que el vino hizo efecto y por fin me atreví a decir:
―Leticia me dijo que te vio en la calle con tu novia.
―¿Ah, sí? ―dijo nervioso―. ¿Cuándo?
―Esta semana. Me contó cómo era. ¿Te gustan mayores?
―Bueno, es algo que se dio. No es gran cosa.
Con el calor del vino dentro de mí y con lo emocionada que estaba por todo lo que había pasado en los últimos días, me dejé de precauciones y me entregué a los problemas.
―Es raro que hayas ido a buscar a esa mujer, parecida a mí. En casa tienes una así o mejor.
―Sí, mamá, pero… a ti no te puedo… tener de novia.
Mi sexo palpitó y empecé a sentir lo húmedo entre mis piernas.
―Entonces es eso. Sí estabas buscándome en otras mujeres.
―No tiene importancia.
―Sí la tiene. Querer follar a tu madre tiene mucha importancia.
Él me miró sorprendido. No intentó negarlo. Le dio un sorbo a su vino para hacer tiempo, luego dijo:
―Vi lo que tenías en la laptop. ¿No serás tú la que quiere follarse a su hijo?
―¿Eso sería algo malo?
Él evitó mirarme. Caminé hasta ponerme frente a él.
―Rodrigo, mírame. ¿Eso sería un problema?
―No… en realidad, no.
―Entonces, si tú quieres follar con tu madre y yo quiero follar con mi hijo… ¿qué podemos hace al respecto?
Otra vez no respondió. Yo me acerqué a él. Tomé su mano y la puse sobre mi seno izquierdo. Sentir su tacto me hizo humedecerme más y mi respiración se agitó. Él apretó un poco y me hizo sentir escalofríos.
―¿Te gusta?
Él asintió. Me acerqué más y apreté mi cuerpo contra el de él. Ahora tomé su mano y la puse sobre mi nalga izquierda.
―¿Estoy mejor que ella?
―Sí.
―¿No me estás mintiendo?
―No, mamá. Tu cuerpo se siente mejor que el de ella.
De pronto sentí su pene poniéndose duro contra mi cuerpo. Quise tocarlo y justo cuando estaba a punto de hacerlo escuché que la puerta de enfrente se abría. Nos separamos de un salto y nos fuimos cada uno a su respectivo dormitorio antes de que mi esposo y, juzgando por el ruido y las voces, sus amigos nos vieran.
Yo me vestí lo más rápido que pude. Al poco rato, mi esposo entró al dormitorio.
―Vamos a jugar póker y a beber unas cervezas, ¿no te importa?
Yo negué con la cabeza. Él salió y ni siquiera notó lo nerviosa que estaba. El susto hizo que se me pasara el efecto del alcohol o que al menos así lo pareciera. Mi corazón latía a mil por hora. Me senté en la cama. Al poco rato, entró mi hijo, también vestido.
―¿Crees que no vio nada?
―No, no vio nada. Subimos a tiempo.
Él se sentó a mi lado.
―Mamá, el susto hizo que se me pasara lo que estaba sintiendo hace rato. Y me entró una duda, ¿qué iba a pasar? ¿Qué hubiera pasado si no nos hubieran interrumpido?
Volteé a verlo pero tardé en responder. ¿Hubiéramos tenido sexo? Probablemente. Yo estaba lo suficientemente excitada y entregada a la idea. Y él no me dio señales de lo contrario. ¿Nos hubiéramos arrepentido? Decidí hablar directo.
―Íbamos a tener sexo, mi cielo, de eso no tengo duda. Yo lo quería, lo admito.
―Yo también lo quería.
―¿Cuánto tiempo llevas deseándome?
―No lo sé exactamente, pero mucho.
Tomé su mano.
―Te diré algo. Tu papá me dijo que el próximo fin de semana irá a una conferencia, asuntos del trabajo. Me invitó porque va a ser en una playa pero… le diré que no iré. Me quedaré aquí contigo. Si en una semana estos sentimientos no han pasado, lo haremos entonces. ¿Te parece bien?
―Sí, está bien, mamá.
―Perfecto, ahora ve a tu dormitorio y actúa normal.
Nos despedimos con un beso en la mejilla, peligrosamente cerca de nuestras bocas. Saber que no estábamos solos fue lo único que me impidió no tumbarme en ese momento en la cama con él.
La noche pasó sin ningún problema a excepción de que mi esposo quiso tener relaciones conmigo y yo no estaba por la labor. Se molestó pero se durmió rápido por todo lo que había bebido.
Quisiera decir que el resto de la semana pasó sin problemas pero la verdad es que fue un martirio. Mi hijo no dejaba de verme los senos a cada oportunidad y yo tenía que resistir ir a hacerlo con él cada que estábamos solos. No podía arriesgarme a que mi esposo apareciera de repente. No pude evitar tener relaciones con él en la semana. Como dije anteriormente, mi esposo es un amante competente pero esas veces fueron muy insatisfactorias. Mi mente y mi cuerpo estaban esperando el viernes.
Y por fin llegó. Ese día, como siempre, llegué primero a la casa. El tiempo que pasé sola estuve pensando sobre lo que iba a pasar. Me pregunté una y mil veces si de verdad estaba dispuesta a hacerlo y una y mil veces la respuesta fue sí. La idea había echado raíces en mi mente y ya no había vuelta atrás. Entré a mi vestidor y me desnudé. Me miré al espejo y analicé mi cuerpo. El ejercicio me mantenía en buen estado pero las señales de edad son inevitables. Aun así, en ese momento me sentí la mujer más atractiva del mundo y me emocionaba saber que en poco tiempo me iba a hacer el amor el hombre más atractivo del mundo.
Me puse un sujetador rojo de encaje y las bragas a juego y luego me cubrí con el albornoz. Salí del vestidor y me puse a esperar. Cuando el sol ya se estaba poniendo, escuché la puerta de enfrente abrirse. La experiencia más emocionante de mi vida estaba por empezar.
Al poco rato, mi hijo entró al dormitorio. Nos miramos a los ojos y yo le sonreí. Extendí los brazos como para recibirlo en un abrazo.
―¿Quieres hacerlo, mi amor?
―Sabes que sí, mamá. Te deseo como mujer. Como a ninguna otra mujer.
Él me rodeó con sus brazos. Me habló al oído.
―Quiero hacerte el amor, mamá. ―Yo me estremecí―. Quiero que seas mi mujer.
―Ya soy tu mujer. Estoy entregada a ti al cien por ciento.
Y entonces puso sus labios sobre los míos y sentí como si unos fuegos artificiales estallaran dentro de mí. Mis piernas temblaron y mi coño palpitó. Yo no me resistí y abrí la boca para que su lengua entrara en mi boca y se enredara con la mía. El intercambio de saliva me excitó aún más y lo besé con más intensidad, rodeando su cuello con mis brazos y casi colgándome de él. Así duramos un rato hasta que sentí su polla completamente dura pero atrapada en su pantalón. Me separé de él y le dije:
―Déjame verla.
Mi hijo se desnudó en tiempo récord, dejando por último su bóxer. Yo me lamía los labios de la emoción. Y por fin cayó su ropa interior y me dejo ver su polla erecta apuntando hacia mí, con mucho vello alrededor. Esa polla era para mí y me puse muy feliz.
Su voz me sacó de mi enseño.
―Te toca, mamá.
Dejé caer el albornoz al suelo. Esperé un momento para que mi hijo me viera en la ropa interior que había elegido para él.
―¿Me veo sexi? ―dije, girando para que viera todos mis lados.
―Por supuesto, mamá. Te ves muy sexi.
Me abrí el sujetador y me lo quité lentamente, haciéndolo esperar.
―Siempre me has visto las tetas. Pues aquí tienes.
Dejé caer el sujetador y mis tetas cayeron libres. Mis pezones estaban erectos e hinchados. Mi hijo las miró como quien por fin tiene lo que ha esperado por años.
Se acercó a mí y me las tocó, jugando como ellas como con un juguete. Acercó su cara y me lamió un pezón, lo que me hizo sentir un cosquilleo delicioso. Y yo, sin querer quedarme con las manos desocupadas, tomé su polla y sentí su calidez y su grosor. Me puse a masturbar lentamente a Rodrigo, lo que pareció darle bríos para chupar y morder mis pezones. Cuando me mordió, mi espalda se arqueó y mi coño palpitó como loco.
Eso me hizo empujar a mi hijo hacia la cama y lo tumbé sobre ella. Yo me puse sobre él y tomé su polla con mis manos. Lo miré y no hubo necesidad de hablar, él sabía lo que iba a hacer. Acerqué mi cara a su polla, abrí la boca y me la metí. La chupé y la lamí como nunca lo había hecho con ninguna. Pasé mi lengua por cada centímetro de su dura polla y escuchar a mi hijo gemir de placer me daba más ánimos para seguir con mi tarea. Luego, le chupé los huevos mientras frotaba su polla con mi mano.
―¿Te gusta que mami te chupe los huevos? ―dije en medio la acción.
―Sí, mamá, me gusta mucho ―dijo él como pudo.
Volví a chuparle la polla y sabiendo lo mucho que les gusta a los hombres que las mujeres nos traguemos su semen, aumenté el ritmo con intención de que se corriera.
―Me voy a correr, mamá.
―Dame tu leche, mi amor.
Al poco rato, su polla echó varios chorros de semen que atrapé con mi boca. No me saqué su polla de la boca hasta que sentí que dejó de disparar. Tragué su semen y probablemente algunos vellos.
―Está delicioso, mi amor.
Luego me tumbé a su lado y me quité las bragas las arrojé al suelo y, abriendo las piernas, lo miré.
―Ahora te toca a ti comerme el coño.
Él se puso en posición entre mis piernas. Me miró el coño por primera vez y me sorprendió lo natural que se sintió. No me sentí apenada en lo más mínimo y en la mirada de mi hijo percibí el deseo.
―Mira lo húmeda que está mami por ti ―dije.
Y por fin se acercó y sentí su lengua en mis labios. Lo hizo torpemente pero no me sorprendió. Así son los hombres, siempre quieren recibir pero rara vez se preocupan por dar. Aun así, el sólo hecho de que mi querido Rodrigo estuviera haciéndome sexo oral era suficiente para hacerme sentir en las nubes.
En algún momento, tuve que guiarlo.
―Mira, mi amor, lame a mami aquí.
Abrí mi coño y le indiqué mi clítoris. Cuando comenzó a atenderme en mi clítoris, fue cuando me perdí en el placer completamente. Lo tomé del cabello y empujé su cara contra mi coño mientras me retorcía de placer como una loca.
―¡Qué rico, mi amor! ¡Qué rico le comes el coño a mami!
Luego, como por fin sabiendo lo que debía hacer, me metió los dedos y se puso a masturbarme ferozmente. Al ritmo que iba, pronto llegué al orgasmo. Mis ojos se fueron a blanco, mis dedos de los pies se cerraron y me retorcí como una loca mientras sentía cómo mi hijo bebía de mi fuente. Luego de varios segundos, me calmé un poco pero respiraba agitada y estaba sudorosa.
―Ven, mi amor.
Él salió de entre mis piernas y se puso sobre mí de manera que su cara quedó sobre la mía. Lo abracé y le di un beso en la boca.
―Gracias por atender a mami. Hace tiempo que necesitaba algo así.
―Mamá, esto es como un sueño. No puedo terminar de creer que por fin está pasando.
―Está pasando, mi amor. Y es lo mejor que me ha pasado en la vida. Te amo.
―Yo también te amo, mamá.
Mi hijo estaba sudoroso también y me encantaba la sensación de nuestras pieles sudorosas estando en contacto. Simplemente no puedo poner en palabras lo mucho que disfruto que mi cuerpo desnudo esté con contacto con el suyo. Desde esa primera vez y hasta ahora, es algo que me hace humedecer como loca.
―¿Estás listo, mi amor?
―Sí, mamá ―respondió, sabiendo muy bien a lo que me refería.
Sentí su polla dura entre mis piernas y volví a lubricar.
―Mi amor, quiero que nuestra primera vez sea algo tranquilo y dulce. Quiero que me hagas el amor. Después podrás follarme duro y tratarme como a una puta. Pero por ahora, quiero que me hagas el amor dulcemente. Hazle el amor a mami.
―Necesito ir por un condón.
―Eso ya no es necesario conmigo, mi amor. Puedes correrte dentro de mí sin problema.
Entonces, nos pusimos en posición de misionero y Rodrigo puso su polla cerca de mi entrada. Me miró a los ojos. Ese iba a ser un momento mágico, los dos lo sabíamos muy bien. Algo que, en secreto, habíamos esperado con muchas ganas.
―Métemela. Sabes que soy tuya.
Y por fin entró. Su polla abrió mis paredes vaginales y me llegó profundo, haciéndome gemir.
―Me has hecho muy feliz mi amor. Tenerte dentro es indescriptible.
Rodrigo empezó a menearse y lo sentí moverse dentro de mí. Me folló lentamente, tal como se lo había pedido. Quería que nuestra primera vez fuera tierna, ya habría tiempo para que me follara de forma salvaje. En ese momento, yo estaba muy feliz de tener a mi hijo moviéndose lento y lamiendo, chupando y mordiendo mis pezones al mismo tiempo. Rodrigo parecía enamorado de mis tetas y a mí, como su madre, me hacía muy feliz ser la mujer de sus sueños.
Le pedí que dejara de atender mis tetas y que me besara; eché mis brazos alrededor de su cuello y lo acerqué a mí. Otra vez tuve su lengua en mi boca. Mi excitación iba en aumento cada vez que su polla me llegaba a lo más profundo y la sensación en mi coño y alrededor me hacía besar más apasionadamente a mi hijo.
―Voy a correrme otra vez ―me dijo, separando su boca de la mía.
―Córrete dentro de mami ―dije a la vez que lo abrazaba tan fuerte que parecía querer fundir su cuerpo con el mío―. Déjame llena de ti.
A los pocos segundos, Rodrigo explotó de nuevo y sentí su semen derramándose en mis adentros. Sentí la polla de mi hijo salir de mí y él cayó de espaldas a mi lado.
Entonces, hizo algo que coronó la experiencia: me tomó de la mano, entrelazando sus dedos con los míos. Un detalle pequeño pero que significó mucho para mí.
―Hijo, me has hecho la mujer más feliz del mundo. Me has hecho tu mujer.
―Me da gusto oír eso.
―No hay vuelta atrás de esto. Y si lo hubiera no volvería. Quiero ser tu mujer hoy y siempre.
―Ya no puedo pensar en nadie más, mamá. Te amo.
―Yo también te amo, hijo.
Ese fin de semana tuvimos sexo varias veces más. Rodrigo me puede trató como a una princesa y como a una puta por igual. Me folló gentilmente y duro según se lo pedía. Desgraciadamente, con mi esposo en casa, las oportunidades de tener encuentros son pocas. Aunque al principio sólo lo hacíamos cuando mi esposo no estaba en la casa, con el tiempo me atreví a darme mis escapadas por la noche al dormitorio de mi hijo, donde follamos hasta cansarnos. El reto de hacerlo en silencio por el riesgo de ser descubiertos lo hace muy excitante.
Llevamos casi un año así y por supuesto mi hijo se olvidó de aquella puta que usaba de sustituto de mí; él me asegura que yo soy la mujer de sus sueños. Y aunque a ojos del mundo mi esposo es mi hombre, en lo más privado y en mi corazón, mi verdadero hombre es Rodrigo, mi hijo.

¡Cuéntanos que te ha parecido, dale tu voto!

¡Haz clic en una estrella para puntuarlo!

Promedio de puntuación 0 / 5. Recuento de votos: 0

Hasta ahora, ¡no hay votos!. Sé el primero en puntuar este relato.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *